lunes, 17 de diciembre de 2007

QUEMA DE VAMPIROS EN CHACARITA


En noviembre de 1987, a altas horas de la madrugada en que la luna era obliterada por gruesos nubarrones, un estampido de gritos y gemidos espantó a los adormilados vecinos del cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires. No eran gritos que pudieran atribuirse a ninguna entidad humana; parecía un espantoso alarido de gatos, un interminable chasquido del látigo, un agudo frotamiento de metales, insoportable y estremecedor para el oído humano.
La horrible exclamación se mantuvo por minutos eternos; después, un concierto de crepitar de llamas superó el alto del muro perimetral y confundió a las nubes con el humo. El vecindario sospechó un incendio involuntario y voraz. Los llamados telefónicos a la central de bomberos se multiplicaron, pero, extrañamente, no hubo bombero ni policía que acudiera a la zona por casi treinta minutos. Después el aire quedó viciado de un nauseabundo olor a carne quemada y un silencio inaudito para la inquieta y brumosa ciudad.
Un presentimiento de muerte agitó hasta a los vagabundos que dormían en los bancos de la terminal Federico Lacroze. Ya nadie pudo dormir esa noche. Ningún reporte ni explicación hubo ese día ni en los días siguientes. Las visitas al cementerio estuvo prohibida por toda una semana; luego, ningún empleado de la necrópolis quiso referir el hecho y la policía lo evadió mediante desestimaciones.El hecho fue precedido por denuncias de empleados del Ferrocarril Federico Lacroze quienes admitieron ver a hombres y mujeres cruzando las vías durante el reinado de la noche.
Un maquinista creyó atropellar fatalmente a uno de ellos, pero no quedó rastro alguno del accidente ni del cuerpo. Otras denuncias fueron hechas por aterrorizados vecinos quienes encontraban a pordioseros de espantoso olor metidos en sus casas, por la noche, cuando todos los integrantes de la familia dormían. Reconocían que nunca fueron víctimas de robo, pero que las invasiones eran cada vez más frecuentes, que los aparecidos tenìan "los ojos completamente negros, que se les escapaba por la boca una espuma abundante y rojiza, que no violaban las cerraduras de las casas y que desaparecían cuando se los sorprendía".
Ante la falta de otras manifestaciones fue imposible actuar ante estos fenómenos. La municipalidad de la ciudad de Buenos Aires inspeccionó el barrio y las calles aledañas con policías uniformados y de civil. Los resultados fueron nulos hasta que una noche, el oficial de policía Aurelio Gerrasine vio a un grupo de persona entrando al cementerio en plena madrugada. Cuando se acercó con su linterna no encontró a nadie y la puerta del cementerio estaba trabada. Su informe dio lugar a una inspección municipal. Más adelante damos cuenta del mismo.
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*Noticia extraìda de Archivo de diario Clarìn.